(Segunda parte: Después de ese día)
MIGUEL
ÁNGEL GARCÍA ORTIZ
Manejaba mi bicicleta en dirección hacia mi casa, no dejaba de
mirar ese cubo de papiroflexia que me habías dado, iba distraído pensando qué
había hecho, ¿acaso era demasiado tarde? ¿Habría una solución mejor, a la que
había tomado? ¿Comprenderías, el por qué lo había hecho? Eran preguntas que
rondaban mi mente, en todo el trayecto hacia mi casa repetía cada una de ellas,
el camino se me había hecho eterno, había perdido la noción del tiempo, no
estaba en este mundo, no era yo el que estaba pensando, no sería el mismo desde
ese día; todo habría cambiado desde el momento en que te di la tercera carta.
No dejaba de pensar en todo lo habíamos pasado tu y yo, recordaba desde cómo me
lo propusiste, recordaba esas dos noches en las cuales llore mientras te decía
algunas situaciones que pasaban en mi vida, recordaba cada conversación que habíamos tenido, recordaba tu
voz, esa voz que ahora me resulta tan irritante, molesta, chocosa; pero antes
me resultaba la voz más espléndida que había conocido.
Pero esa decisión me había destrozado la vida, había acabado con
mi felicidad. ¿Te amaba o te odiaba? esa pregunta se respondería después de un
tiempo, solo un poco de tiempo y las cosas se aclararían. Pero mientras estaba
en ese cuarto vacío, y me preguntaba: ¿con quien estaba enojado, contigo o
conmigo mismo? ¿Por qué permitiste que pasara lo sucedido? ¿Por qué no me
detuviste, sabiendo que lo nuestro era prohibido? ¿Por qué fuiste tan egoísta,
y solo pensaste en ti? eran preguntas que estaban dentro de mí mente; pero ¿a quién se las planteaba, a ti o a mi mismo? Destrozando mi conciencia mi voz interna me reclamaba por haber alterado mi
código moral, ¿por qué pase por alto los consejos que había adquirido
inmerecidamente? Sí, la decisión de amarte o quererte amar (por que ahora estoy
seguro que lo nuestro solo fue una ilusión), me había destrozado la vida, yo
mismo al declararte mis sentimientos había terminado con mi vida, yo era el
culpable de todo.
Aún permanecía en el suelo, las lágrimas no dejaban de caer de mis
ojos, parecía un crio cuando extravía su juguete más preciado, y eso era lo que
pasaba, yo había perdido a un juguete (porque así te veía yo [como un juguete],
y tú lo sabias, tal vez por eso decidiste estar con "David", sin darte
cuenta que él también te ve como un juguete).
Pareciese que no diferenciaba entre estar en un campo de flores y
estar entre la mierda. ¿Por qué me aferraba a lo segundo? ¿Por qué lloraba por ti?
esperaba una llamada tuya donde me pidieras que no te dejara, que te diera una
segunda oportunidad, pero no, nunca llego, porque en esta historia el malo soy
yo.
Veía el celular, esperando que por una o por otra razón marcaras a
mi número, enfurecí - ¡marca maldita sea!, ¡no dejes que el orgullo te venza!-
gritaba golpeando la pared entre lágrimas y debes cuando se me salía tu nombre
- es el momento apropiado, para demostrarme que realmente me amas, es el
momento para darme la señal de tu existencia, de tu amor- gritaba a la vez que
veía como de mis nudillos brotaba un poco de sangre de tanto golpear la pared.
Me aferraba a tu amor de mierda, que al final de cuentas no significaba nada, ni para ti, ni para a mi, pero hay veces que te acostumbras, hay veces que amas lo que parece
desagradable, y odias lo que para otros les resulta lo más agradable. No, no
resistí más, hice tantas locuras esa tarde que ahora me resultan tan dolorosas
de recordar.
Al días siguiente, sábado 9
de mayo, recibí lo que un día antes esperaba, un mensaje tuyo, un mensaje donde
decías que habías leído las tres cartas, y que dos de ellas eran de lo más
hermosas, y que la tercera carta era la más horrible que hallas leído y que lo último que decía
esta carta te había dolido tanto, lloraba mientras leía cada una de tus
palabras, quería irte a buscar, pedirte perdón, pedirte una oportunidad más
para darte mi amor, un amor que nunca ha existido, un amor que siempre ha sido
una grandiosa mentira de mi parte y de tu parte, las lágrimas que salían de mí no
significaban nada, pero extrañaría tanto llamarte a la misma hora, todos los
días, saber que tal vez esperabas con desagrado mi llamada causaba dentro de mí
un estado de culpa, culpa porque, nunca sabría que sentías tu por mí en
realidad, culpa porque dentro del mensaje que me mandaste me pedías que no te
dejara, culpa por que tal vez tu si querías que pasara más tiempo contigo, tal
vez querías que compartiera contigo el dolor que llevo dentro de mí, un dolor
del cual tu sabes la causa, tal vez tu querías arreglar mi mundo gris del cual
tanto he sufrido, tal vez tu si me amabas, y yo lo único que había hecho contigo
fue jugar a estar enamorado.
Que horrible aniversario, decía tu mensaje. Dentro de la tercera
carta que te di, decía que no podíamos ser amigos, porque después del amor no
hay nada más, solo queda culpa entre los dos. Pero tú me pedías ser tu amigo,
que siguiera existiendo la amistad por la cual te conocí. Pero no, las
amistades después de estar enamorados no funcionan, uno ve dentro del otro los
errores que cometió para ahora estar separados, lejos uno del otro.
Si, estaba confundido, entre seguir amándote u olvidarte mi niño. Tú,
alguien tan distinto en pensamiento, en actitud, tan distinto en educación,
pero tan parecido biológicamente, tan semejantes físicamente. Si éramos hombre
y hombre, y no sabía que tan aceptable era lo nuestro, por eso te deje, por
miedo al qué dirán de mí, por miedo de perderlo todo, al reconocer que le había
fallado a una sociedad que me había moldeado a sus enseñanzas, tenía miedo de
perder a una familia espiritual que tanto me quiere, y que tanto quiero...
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